martes, 27 de enero de 2009

Caramelo

Allá estás. Te sientas en la mesa como una tentación; dulce, pegajoso, listo para darme una sensación bien merecida. Llevas un vestido de oro, como si fueras una reina que iba a aplicar un castigo de azúcar. No puedo esperar. Voy a ponerte en mi boca sobre mi lengua y moriré de ganas hasta que empieces a derretirte. El líquido va a envolver el interior de mi boca con el sabor de sacarina de limón. Es ácida la sangre del limón, pero en ti el limón se ha convertido en una recompensa melodiosa; eres agridulce como el amor finito. Después de unos segundos no voy a ser capaz de dejarte tranquilo mientras te derrites. Tu cuerpo es duro, pero mis dientes pueden dañarte. Voy a tomar un mordisquito y luego masticarte todo. Lo hago para que el jugo de tu dulzura salga a borbotones hacia mis papilas gustativas y yo pueda tomarte con gusto hasta que ya no seas más.

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