jueves, 5 de marzo de 2009

Viernes, paracaídas, sacapuntas

El viernes pasado escuché una historia bastante extraña, me pareció un cuento de fantasía.

Mientras leía una revista en la librería del barrio, oí una conversación al otro lado, entre una mujer y un hombre. Ella era gruesa, y él era tan delgado como un bastón antiguo.

Ella hablaba muy emocionada y con voz alta:

-Nunca podrías creer lo que te voy a contar. El viernes era un día normal, hasta que vi a mi hermano menor desesperarse porque no encontraba su nuevo sacapuntas. Se movía por la casa desordenando todo. Buscaba debajo de los sillones, entre las grietas de las paredes, en los cajones de cada armario, por todas partes.

Pasaba el tiempo y no lo encontraba. Su actitud rayaba en la locura. Jalaba sus cabellos de tal forma que parecía un genio desquiciado.

De repente se quedó quieto y dejó de buscar. Habló, más para él mismo que para mí, diciendo que la vida era muy corta como para perder el tiempo en cosas tan sencillas. Me sorprendió al recordar su sueño de la infancia:

-Siempre he querido ser paracaidista y ahora lo cumpliré.

Salió de la casa y no supe más de en todo el día, hasta que vi el noticiero de la noche.

Me senté en la sala y prendí la tele. Grité llena de asombro al ver una toma de mi hermano en las noticias. El presentador contaba que un joven cayó en medio de un auditorio con un paracaídas. En el auditorio se estaba presentando una ópera de Puccini. Había mucha gente, vestida elegante. Cuando el joven cayó, el público creyó que era parte del espectáculo, el auditorio se llenó de aplausos. Sin embargo, luego de unos minutos la policía llegó y se lo llevó.

Un reportero le preguntó al joven cómo se sentía, y el chico afirmó que estaba muy feliz por cumplir su sueño, pues para él ser paracaidista era como ya no volver a pensar en el sacapuntas.

Apagué la television pensando que tal vez nadie hubiese entendido lo del sacapuntas, pero yo sí.

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